Retrato íntimo de Becca y Howie Corbett (Nicole Kidman y Aaron Eckhart), un matrimonio que intenta reconstruir su vida cotidiana tras ocho meses de haber perdido a su pequeño y único hijo en un accidente. Esta adaptación de la obra de David Lindsay-Abaire, ganadora del Premio Pulitzer 2007, fue dirigida por John Cameron Mitchell (Hedwig and the angry inch, Shortbus) y le valió a Kidman una nominación al Oscar como mejor actriz.
En pocas palabras...: Un drama íntimo y conmovedor, narrado con sobriedad, sin golpes bajos y con una profunda empatía y cariño por sus personajes. Dentro de un notable elenco se destacan las actuaciones de Nicole Kidman y Dianne Wiest.
Vidas paralelas
Dicen que es lo peor que le puede pasar a un padre, a una madre. Que es antinatural y que no se le desea a nadie. Dicen (un personaje en esta película lo dice) que es un dolor que no se va nunca, pero que a cierta altura se vuelve soportable. Para eso, primero debe haber sido insoportable. Eso es, según dicen, perder a un hijo. Y quienes lo han padecido son hombres y mujeres como nosotros, que siguen sus vidas como pueden, a veces a tientas, a veces a ciegas. A veces ni siquiera ellos saben cómo siguen. Y caminan junto a nosotros por la calle, andan en ómnibus, van al supermercado, pagan las cuentas. Y siguen.
De todo eso habla El Laberinto (Rabbit hole), adaptación - a cargo de su propio autor - de una obra de teatro de David Lindsay-Abaire ganadora del Premio Pulitzer 2007. De cómo levantarse cada mañana (para qué), de cómo hacer el desayuno (para qué, para quién), de cómo reconstruir un matrimonio, visitar a una madre, ponerse feliz por el embarazo de una hermana. De cómo volver a cuidar de un perro, de cómo recordar, de cómo responder preguntas de los amigos, de cómo perdonar. De cómo volver a sonreír, a tener esperanza, a hacer planes. De cómo seguir viviendo, en definitiva, tanteando las paredes de un laberinto cuya salida se supone inalcanzable.
No es material, por supuesto, para una película feliz. Pero de alguna manera, en manos del director John Cameron Mitchell, este drama sobre el duelo de un matrimonio que ha perdido un hijo se vuelve una luminosa y esperanzadora mirada sobre la innegable regeneración del ser humano. Sobre su inexorable capacidad de levantarse, de volver a sonreír, de seguir viviendo. Y sobre las cosas, los valores y los sentimientos que nos unen y que al mismo tiempo nos hacen únicos. Únicos en la alegría y en el dolor. Como única es la forma en que Becca Corbett (una notable Nicole Kidman) encuentra consuelo. No al lado de su marido (que también está buscando su propia forma), no en la complicidad de su hermana (Tammy Blanchard), ni siquiera en la comprensión de una madre (la gran Dianne Wiest) que también ha perdido un hijo y sigue procesando, años después, su propio duelo. Sino en compañía de la persona menos probable de todas (Miles Teller), esa que es capaz de imaginar otros universos posibles y vidas paralelas en las que las personas, de alguna manera, tienen una segunda oportunidad.
Mitchell (El Paso, Texas, 1963) es un director increíble, de un talento polifacético, capaz de crear una imaginativa ópera rock y protagonizarla él mismo en el rol de una diva trans emigrada desde Alemania del este (Hedwig and the angry inch, 2001); de reunir un elenco de desconocidos a través de un llamado abierto a través de internet y filmarlos teniendo sexo explícito, dando como resultado algo tan insólito como Shortbus (2006); y un drama íntimo y conmovedor como El laberinto (2010), narrado con sobriedad, sin golpes bajos y con una profunda empatía y cariño por sus personajes, todos y cada uno excelentemente actuado.
